Su historia es conocida en el ámbito científico pero todavía es poco el reconocimiento que tiene a nivel mundial: el doctor Ignaz Semmelweis el médico que descubrió la importancia del lavado de manos a mitad del siglo diecinueve está siendo reivindicado como un genio de la ciencia, un galardón que le fue negado en su época.
Y tal es su reivindicación que el actor inglés Mark Relyance, fascinado por su vida, empezó a trabajar en una obra artística, un experimento teatral basado en este personaje trascendental para la historia de la medicina y la salud.
Con funciones extendidas hasta el 19 de febrero, debido al gran éxito de la obra, en el teatro Bristol Old Vic, del Reino Unido, continuarán las funciones que empezaron el 20 de enero, de la obra Dr. Semmelweis, dirigida por Stephen Brown e interpretada por Mark Rylance.
La vida de Semmelweis le resultó conmovedora al actor de Mi buen amigo gigante, por la incomprensión que tuvo que soportar, pese a la cantidad de vidas de madres y bebés que logró salvar con su descubrimiento. Semmelweis, atacado y desacreditado por sus colegas, cayó en una profunda depresión que lo llevó a terminar sus días en un manicomio.
Era obstetra y descubrió las causas de la fiebre puerperal

Semmelweiz fue un destacado obstetra que a sus 28 años, en 1846, fue nombrado asistente del reconocido profesor Klein en una de las maternidades más famosas de Austria, la del Hospicio General de Viena. El joven observó con preocupación que que las mujeres que tenía partos en sus casas mostraban mejores tasas de supervivencia que las que acudían al hospital. Las parturientas domiciliarias tenían una probabilidad de 30 por ciento de mortalidad, mientras que en algunas salas hospitalarias casi la mayoría de las mujeres morían al parir, con una tasa de hasta el 96 por ciento. Todas por el mismo motivo: la fiebre puerperal, cuyas causas todavía no se conocían con exactitud. Faltaban algunos años para que el químico Luis Pasteur, en 1864, anunciara su descubrimiento de la existencia de gérmenes y bacterias.
Fuente: nota de mi autoría en La Nación.